Planear este viaje nos llevó un
año; cuando regresábamos por la ruta de peregrinaje Ameca-Talpa, desde la
colina que alberga la Cruz de Romero vimos a lo lejos la sierra con gran
fascinación, llena de picachos y formaciones caprichosas, en la cima de las
apiladas montañas. En los informes que teníamos sobre esa sierra, más lo que la
gente, a nuestro paso, nos había comentado, sabíamos acerca del bosque de
maple, además que no era una sierra tan escarpada como la de Mascota-Puerto
Vallarta. Años atrás habíamos hecho la ruta Mascota-Puerto Vallarta, y al
rememorarla la recordamos como una pesadilla entre subidas y bajadas que nos
hicieron ver nuestra suerte; nuestro primer viaje largo a través de la sierra
Cacoma.
En todos los viajes, el peor
enemigo es el peso de la mochila a cuestas, así que para este viaje, decidí
llevar sólo lo necesario. Salimos de
Guadalajara de madrugada, a las cinco de la mañana partió de la antigua central
camionera, porque antes de llegar a nuestro destino Talpa, el autobús pararía,
durante las próximas 5 horas, en la mayoría de los pueblos que se encuentran en
la ruta. Por la ventana del autobús fue posible observar que había llovido y
anunciaba la llegada anticipada del temporal de lluvias, sin embargo fuimos
atentos al camino un año atrás habíamos caminado y pedaleado por la sierra. La
ruta del peregrino nos había enseñado la humildad del campo y a conocer sus
reglas no escritas; fueron experiencias que jamás olvidaremos y que en más de
una ocasión hemos compartido.
Arribamos a la Cruz de Romero, cerca de las 10:30 de la mañana; con el entusiasmo del momento, bajamos nuestras bicicletas del camión y subimos a la cúpula desde, donde un año atrás, vimos la ruta que ahora cruzaríamos apoyados por un mapa. El clima se notaba nublado y lluvioso, pero asumimos que sería una ventaja que nos ayudaría a evitar el agresivo sol de Mayo.
Bajamos montados en nuestras bicis por los escalones de la cúpula de Cruz de Romero, para así tomar el sendero del peregrino: serpenteado y divertido. El primer sendero de casi once kilómetros nos llevaría, entre otros destinos, a visitar a la Virgen María de Talpa, donde le pedimos su bendición para nuestro viaje y por nuestras familias. Antes de partir recorrimos el pueblo en busca de un desayuno decente y provisiones ligeras para nuestro viaje. Nuestras pesadas mochilas rondaban los 20 kilogramos; un peso al que le sumaríamos los víveres que cuidadosamente debíamos de elegir para no exceder el volumen de carga sobre nuestros hombros

La
evidencia clara de esta tala se observa en un enorme hueco dentro del bosque;
los taladores derriban nuestros bosques para industrializarlos; estas áreas
deberían de inmediato ser reforestadas, sin embargo, desgraciadamente y ante
las evidencias, sabemos que no es así. Entonces, me asaltó la siguiente
pregunta ¿Por qué si ésta sierra alberga bosques de Maple, únicos en el mundo,
son talados de esta manera?
Seguimos nuestro camino hasta Aranjuez; ahí preguntamos acerca de posibles refugios que encontraríamos a nuestro paso: la respuesta fue negativa. Los lugareños nos observaban con asombro y desconfianza ante nuestra intención de viajar Tomatlán montados en nuestras bicicletas. Nos advirtieron que una vez cruzáramos el Paso de La Virgen comenzaríamos el descenso hasta llegar a una zona plana; esta información nos hizo suponer que sería un camino sencillo y fácil de dominar.
Pedaleamos
toda la tarde, cruzamos algunos ríos por brechas empedradas. En esta ruta de
ascenso se abrió a nuestros ojos el fondo del cañón donde corría apaciblemente
el rio que cruzáramos varias veces. El canto de las aves, la tupida vegetación y el paisaje me otorgaron la
esperanza de que en cualquier momento nos topáramos con algún árbol de maple.
Tristemente nunca sucedió; ahí, había surgido una vegetación diferente a la que
conocía.

En tanto decidíamos qué hacer cayó la noche y aunque no estábamos seguros de tomar la ruta correcta, comenzamos a descender por las interminables curvas del Cerro Volantín equipados con nuestras lámparas. A lo lejos divisamos las luces y escuchamos el rumor de motores acercándose, al poco tiempo encontramos un convoy de tres camiones cargados con madera.

-Muy temprano una mujer nos invitaría una taza de café y un desayuno delicioso que consistió en una rebanada de queso suavecito, tamal de elote, frijoles acompañados con una tortilla gigante del maíz que recién había molido don Felipe, un hombre que también era huésped en la casa que nos había dado albergue. Terminamos por conocer a Rene, el mismo hombre que la noche anterior creíamos era Alfredo, y que sin conocernos nos habían brindado el techo de su casa y un desayuno de reyes.
Nos platicaron que un día antes René
se había accidentado; se había atravesado de lado a lado la mano, con un pedazo
de madera, al desmontar el monte. Felipe, por su parte, había cruzado la sierra
para ayudarle a preparar su tierra para la siembra de esa temporada de lluvias.
Viajamos a bordo de la camioneta aproximadamente
una hora, deleitándonos de aquello que nos habíamos perdido una noche antes. El
paisaje accidentado en la sierra, por donde habíamos bajado, era parte de un
cajón de peñas que llevaba agua y alimentaba al rio Tomatlan, de aquí el nombre
de la presa hacia donde dirigíamos nuestros pasos. A la distancia, engañosamente,
el terreno parecía semi plano. La
realidad sería la gran sorpresa de nuestro viaje.
Nuevamente llegamos a la ermita de la Virgen de Fátima, ahí descendimos de la camioneta, intercambiamos algunas bromas con las personas que nos acompañaron y preparamos nuestras bicis para el descenso. Debíamos actuar rápido; los jejenes en menos de cinco minutos ya se habían servido con mi sangre y comenzaba la comezón en mi piel. Aún así, tomamos algunas fotografías del imponente espectáculo de la naturaleza y comenzamos el descenso nuevamente por el paisaje del cajón y la tetilla.
En Murguía nos aguardaba un exquisito desayuno elaborado con carne de iguana o serpiente, muy blanda y sabrosa, en salsa verde. Tal era nuestro apetito que ninguno de los dos preguntamos lo que comimos; así que nunca supimos el origen de ese rico platillo.
Estuvimos listos para continuar nuestra aventura muy cerca del medio día, mientras preparamos nuestras cosas por la radio de frecuencia se escuchaba la lectura de cartas que los hijos ausentes enviaban a sus madres, con motivo del festejo de 10 de mayo; esta forma de comunicación es común en la sierra y sobre todo en las comunidades aisladas. Este fue un momento único que nos colocó en una situación sentimental: escuchamos la lectura de los poemas dedicados a las madres.
Terminamos de empacar nuestras cosas y agradecimos la hospitalidad, nos llevamos el sentimiento de haber recibido más atenciones de las que nos merecíamos; sólo eramos un par de extraños que llegaron a pedir posada y ahora debíamos continuar nuestro camino.
Montados sobre las bicicletas avanzamos
bajo el intenso sol de mayo. Al tiempo el calor y la deshidratación se hicieron
presentes. Dos horas en el camino fueron suficientes para que comenzara a notar
que un musculo de mi brazo comenzaba a brincar de forma extraña, temblaba sin
que pudiese controlar ese trepidar. Así
recordé que estos síntomas pudieran ser de deshidratación, sin embargo no
podíamos detener la marcha, debía de continuar mi camino.
El camino se tornó tedioso e incomodo,
al que se agregó el calor húmedo de la costa. La vegetación abundante cambio repentinamente.
Nos encontramos en una zona semi plana donde no era posible saber qué tipo de
vegetación había crecido en ese lugar, prevalecían los rastros de la
deforestación y el abandono de madera que compañías taladoras, de forma
irresponsable, consideraban como desperdicio. Un pensamiento cruzó por mi
mente: es triste saber cómo algunas zonas de Jalisco son utilizadas como el
patio trasero del estado, la naturaleza es el botín de la irresponsabilidad,
presa de la codicia e ignorancia; el daño a este lugar es irreversible y van
por la sierra de Talpa.

El calor fue cada vez menos soportable, en mñas de una ocasión caímos en la tentación de un chapuzón en las charcas que alimentan el rio Tomatlan, aunque siempre pagamos las consecuencias: después del baño refrescante éramos miel para los jejenes, o para alguna colonia de güinas y terminar el viaje con una comezón insoportable.
Llegamos a un poblado a un lado del
rio Tomatlán. Estábamos exhaustos y aunque bebíamos agua, la deshidratación de
nuestros cuerpos poco permitían que se recuperarán los líquidos perdidos. Rocco
preguntó, en una vivienda, por agua; le respondieron que sólo tenían una Coca
Cola de dos litros helada. Parecía un milagro, la bebida fue líquido del cielo,
además que nos permitió el descanso que era urgente.
Después de este merecido descanso y creyéndonos rehidratados, avanzamos por el sube y baja del camino, cruzamos el rio Tomatlán. Cruzarlo nos permitió entender la dimensión del poder de este rio y entender por qué estas comunidades quedaban aisladas de Junio a Noviembre; era evidente que este cause era la sangre de esta sierra torturada y flagelada día a día por la tala. El río alimenta la presa más grande de Jalisco, por lo que salvar esta sierra debiera ser prioridad en Jalisco.
Recuerdo sentirme agotado cuando, ante una pequeña pendiente de descenso, intenté subir a la bicicleta y mi pierna se acalambró, Un dolor único que me hacía sentir cómo mis músculos se ponían como piedra, era obvio que la deshidratación había llegado. No había mucho que hacer, sino enfrentar el dolor de cabeza que vendría muy pronto.
En este punto, cuando habíamos
recorrido 80 km, el dolor y los calambres en los músculos de la pelvis no me permitían
subir a la bicicleta; mucho era el temor a sufrir un estiramiento que pusiera
de nuevo a mi pierna como piedra.
Recuerdo que transitamos por una zona plana y ver una camioneta que había esparcido algunos conos señaléticos para delimitar un campo donde entrenaban futbol un grupo de niños. Ahí este deporte adquiría sentido, era ahí donde el futbol llanero, puro, tenía su esencia, ahí me sentí identificado con el que fue mi primer deporte.

Cinco minutos después de subir a la camioneta los calambres volvieron y, aunque sentado en la caja de la camioneta, el movimiento y las cercanía de las bicicletas, que limitaban el espacio, no hicieron de mí viaje el más placentero; ocasionalmente me ponía de pie para desentumir mis músculos, con el pretexto de grabar en video el paisaje por el hubiéramos cruzado rodando las bicicletas. El camino era una ruta llena de pequeñas lomas y de dos montañas que seguramente en la condición que tenía hubiesen acabado conmigo. Una de estas montañas era una piedra gigante, de una sola pieza, que me llamó mucho mi atención, la que seguro regresare a explorar más adelante. Esta tierra, además de ser rica en agua, es un paraíso para la cría de ganado, por su gran calidad y abundancia facilita la alimentación en la zona.

Eran
como las ocho de la noche cuando llegamos al pueblo de Presa la Vega, nos
apeamos de la camioneta y agradecimos a Juan Carlos por habernos traído hasta
este sitio y ahorrarnos así un día de
camino. Nos dirigimos a la cortina de la presa a tomar algunas fotos y observar
el atardecer.
En el pueblo nos hospedamos en el Hotel Rincón de la Ceiba. El pueblo es pequeño, así que cuando preguntamos por un hotel y nos señalaron el lugar creímos que nos enviaban al sitio equivocado. Caminamos por un callejón, al final encontramos una puerta de madera, tras ella se encontraba un verdadero paraíso escondido. Esta era mi segunda vez en Cajón de Peñas y no recordaba que hubiera existido este paraíso; cabañas perfectas a la orilla de presa, el lugar perfecto para descansar. Preguntamos por la tarifa: 500 pesos en ocupación doble, con acceso a todas las instalaciones y artículos para deportes, como kayak.
Nos acomodamos en el hotel, tomamos algunas fotos y dormimos como piedras
Al día siguiente consumimos el
desayuno acompañado de un café exquisito. Con el cuerpo todavía entumido de
cansancio, nos acomodamos debajo de la Ceiba para disfrutar de su sombra, beber
cerveza y admirar el paisaje. Mi amigo Rocco decidió aventurarse en el kayak;
durante tres horas exploró algunas islas que son refugios de las aves de la
región.
Más tarde fuimos a comer el platillo popular de esta región: los chacales, acompañados con Salsa Chilipete, popular entre los habitantes de esta zona. Un guiso que por primera vez he consumido y que resultó ser una delicia al paladar
Dejamos Cajón de Peñas alrededor de las tres y media de la tarde, con dirección a lo que sería nuestra última parte del recorrido en bicicleta, donde contactaríamos a Joel, un viejo amigo que conocí en la Universidad; él es de Tomatlán y ya estaba informado de esta aventura.
Casi cuatro horas de calurosa caminata
entre ranchos adornados por ceibas y parotas gigantes, algunas veces cobijados
con su sombra, nos permitieron tener el gusto de observar los árboles oriundos aún
en pie.
Cuando llegamos a Tomatlan un poco exhaustos, nos dirigimos al centro universitario de la Universidad de Guadalajara ahí nos comunicamos con Joel, quien nos dio indicaciones de acercarnos a la explanada donde se desarrollaban las fiestas del pueblo. Nos esperaría en el jaripeo. Cuando llegamos a la puerta de la plaza, todas las personas nos veían extrañados porque llevábamos bicicletas y cargados con mochilas, que más bien parecían bultos sobre nuestras espaldas.
Salió Joel a nuestro encuentro y pronto nos consiguió donde guardar las
bicicletas. Nos dio unas cortesías para ingresar al ruedo por el área de ingreso de los jinetes
que montarían los toros de rodeo; platicamos con algunos de ellos y Rocco logró
convencer a uno de los jinetes de grabar el jaripeo. Los jinetes después de
varios intentos fallidos, por miedo a romper la cámara, declinaron la idea; realmente
se veían nerviosos y con justa razón, pocos meses antes un compañero de ellos
había fallecido en un jaripeo en La Peñita de Jaltemba de Nayarit.
Después del jaripeo comenzó el baile, y disfrutamos del espectáculo de Chuy Lizarraga, cantante de banda famoso en México; salimos después de un rato al núcleo de la feria donde encontramos todo tipo de comida y juegos que atraían a todo aquel que quisiera divertirse; también visitamos una exposición de ganado donde encontramos una curiosidad: una vaca con seis patas.
Nos dirigimos al palenque después de cenar, hacía tiempo que no entraba a estos lugares, las condiciones del juego era la misma: la palabra y honor lo más importante. Las apuestas por los gallos y las peleas eran el alimento de esta carpa; sombreros y miradas misteriosas rondaban por todos lados. Un ambiente distinto al que acostumbraba